20/2/09

Operación Valquiria en la Argentina. Por Diego Rojas



A mediados de 1944 se puso en marcha la fase final de la Operación Valquiria, un plan urdido por militares de alto rango del ejército germano que tenía el objetivo de poner fin a la vida de Adolf Hitler.
Los militares querían volcar la suerte de Alemania y, por ende, del mundo, que se jugaba sus destinos desde hacía cinco años en la Segunda Gran Guerra. El film, protagonizado por Tom Cruise y estrenado aquí la semana pasada, da cuenta de los intentos del grupo liderado por Claus von Stauffenberg por colocar una bomba y acabar con el gobierno hitleriano. De hecho, el 20 de julio la bomba, colocada por Stauffenberg al costado de la silla donde se encontraba el Führer, estalló y mató a cuatro oficiales e hirió de gravedad a cinco más. Pero el responsable del mayor genocidio del siglo XX sobrevivió. ¿Habría cambiado el desarrollo de la historia de haber sido exitoso ese atentado? Decenas de páginas y años de discusión no saldaron todavía esa duda. En la Argentina también se puede preguntar: ¿habría cambiado la historia más reciente si los atentados contra Jorge Rafael Videla hubieran tenido éxito?Las organizaciones armadas locales se plantearon el problema no sólo de modo teórico, sino también práctico. El primer intento de eliminar a Videla –la cara visible del régimen que dejó un tendal de desaparecidos, muertos, torturados y miseria económica en el país– se realizó apenas nueve jornadas antes de que el militar comandara el golpe de Estado que derrocó a Isabel Perón. El 15 de marzo de 1976 amaneció templado. El teniente general –que ultimaba con sus compañeros de armas los detalles de los acontecimientos que postergarían la democracia por varios años– se dirigió como todos los días al Edificio Libertador, sede del Comando en Jefe del Ejército. No sabía que, apostados en diversos lugares cercanos a la sede militar, se encontraban varios militantes montoneros que pensaban matarlo con una bomba. A las siete y cuarenta y cinco, el auto que llevaba al futuro dictador entró por la puerta principal del garaje. Desde las inmediaciones del Ministerio de Economía se levantó un pulóver rojo como señal para activar el mecanismo de la bomba a control remoto que se encontraba en un viejo Citroën estacionado en ese sector. Luego, una explosión retumbó en el Bajo y el subsuelo del Edificio Libertador se iluminó en llamas. El fuego se expandió hacia otros automóviles. La onda expansiva destruyó vidrios e hizo temblar los edificios cercanos. Sonaron alarmas y el lugar se convirtió en un pandemonio. Sin embargo, Videla había sobrevivido. Como llevaba atuendo civil, los guardias lo habían detenido unos momentos más en la entrada. Esos pequeños instantes bastaron para que el explosivo no cumpliera su objetivo. El atentado se cobró la vida de Alberto Blas García, chofer de un camión que absorbió la mayor parte de la onda expansiva en forma de tuercas y bolitas de metal. Hubo otros veintiséis heridos, entre militares y civiles. El primer intento de asesinar a Videla había fracasado. Sin embargo, no era todavía un intento de tiranicidio.“Desde siempre pensé, y sigo pensando, que ningún atentado puede cambiar la situación económica y política del país –señala el escritor Andrés Rivera–. Si hubieran tenido éxito los atentados contra Videla, otro hubiera ocupado su lugar con el apoyo de las fuerzas económicas que hoy se siguen manifestando en la sociedad argentina. La Sociedad Rural y la burguesía argentina hubieran apoyado a otro en su afán de lucro y explotación.”–Tomás de Aquino planteó que “cuando la tiranía es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza el matar al tirano”. ¿Qué opinión le merece la cita?–Ante esa cita yo contrapondría otra. El hermano de Lenin participó de un atentado contra un duque de la corte zarista y fue exitoso. Pero él fue capturado y ejecutado. Lenin fue muy lacónico en su comentario acerca de este episodio. Simplemente dijo: “Ese no es el camino”.Ya en el poder, Videla fue objeto del segundo intento de acabar con su vida, el primero que reviste en la calidad de “tiranicidio”. El 2 de octubre se celebra el Día del Arma de Comunicaciones y, para festejarlo, se preparó un acto en Campo de Mayo al que asistiría el hombre que concentraba, junto a Emilio Massera y Orlando Agosti, el poder en el país. Los integrantes de la Escuela de Comunicaciones estaban en pleno, formados ante el palco en el que se desarrollarían los discursos. Horas antes, un colimba, miembro de Montoneros, había colocado una carga explosiva debajo del escenario. Tomó la palabra el general de división Eduardo Catán. Luego hizo lo propio Videla. Había en el palco representantes de todas las armas. Culminó el acto. Ordenaron disolver filas. Cuando todo había terminado, se escuchó la explosión. Videla miró hacia atrás. Había salvado su vida, otra vez, debido a una falla en el mecanismo de relojería. El palco no sufrió grandes daños. El colimba había colocado la bomba debajo de unos colchones que amortiguaron la explosión.“El tiranicidio, el magnicidio, el regicidio, son formas rápidas y quizá las más condensadas del pensamiento político –afirma el ensayista y director de la Biblioteca Nacional Horacio González–. Para arribar a la conclusión de que matando, eliminando o asesinando a una persona pueden lograrse cambios sustanciales en un orden político y social mayor, es necesario poner toda la complejidad de la historia en un envase simbólico esencial, como una célula madre regenerativa y monádica. Una cabeza, una persona, una vida, sintetizaría todas las potencialidades del mal. La fascinación de este pensamiento atravesó todas las épocas. Contra él escribieron Plejánov, Lenin y el propio Marx. Todos los procesos constitucionales y el andamiaje legal conocido se escribe para evitar que sucumba el soberano, aunque esté de más y precisamente porque está de más. Pero la institución estatal de la guillotina tal como la aplicó la Revolución Francesa y el corazón último de la política con el que secretamente coquetean hasta los liberales, lleva a preguntarse si suprimiendo al Uno sobrevendría el paraíso. Albert Camus consiguió pasar estas eternas reflexiones a una obra magnífica: Los justos.”El 18 de febrero de 1977 fue el día clave de una rigurosa operación logística del Ejército Revolucionario del Pueblo; la culminación de semanas y semanas de planificación de una verdadera obra de ingeniería. El fin del atentado era hacer explotar el avión en el que viajaría uno de los principales responsables del genocidio que se llevaba a cabo en esos mismos momentos. Dirigido por Alberto Strejer, un comando de la organización desplegó sus artes para colocar una bomba debajo de la pista de Aeroparque. Como harían un cuarto siglo después los boqueteros –con fines menos nobles–, los militantes se internaron en las profundidades para llegar, desde las alcantarillas, al Arroyo Maldonado, que pasaba por debajo de la pista. Allí se dieron a la tarea de colocar más de cien kilos de trotyl en el techo del río subterráneo, conectados con la superficie por centenares de metros de alambres, ya que por el grueso asfalto de la pista ningún sistema de explosión a control remoto hubiera funcionado. Toda la logística se preparó en condiciones de represión y control desorbitadas. El sistema eléctrico se probó varias veces. Se simuló la partida del avión con vuelos comerciales. El “Operativo Gaviota” estaba listo para realizarse. Ese día, Videla asistiría a la inauguración de una plataforma petrolera en Bahía Blanca; su avión –en el que también viajaba el ministro de Economía José Martínez de Hoz– partiría a las ocho y treinta de la mañana. A la hora señalada, un militante –caracterizado como un pescador concentrado en su actividad en la Costanera– aguardaba el momento exacto en que el Tango 02 pasaría por sobre la carga explosiva. Lo vio llegar y apretó el detonador. Hubo una explosión, cascotes de hormigón pegaron en el avión, que se bamboleó, pero los pilotos lo controlaron y elevaron a los cielos. La carga principal no había estallado sino una secundaria, menor, que no pudo cumplir con el objetivo de los guerrilleros. Desde el aire, Videla suspiró por tercera vez.“Nunca estuve a favor de la lucha armada, no me parece una salida política –advierte la diputada y filósofa Diana Maffia–. No creo en el recurso de destruir físicamente a determinados sujetos en representación de la dictadura. Si hacemos historia contrafáctica, para mí la muerte de Videla no hubiera significado un cambio a favor de la democracia. Además integraba una tríada que se repartía responsabilidades y territorios de represión y de rapiña. Matar a Videla hubiera legitimado argumentos de orden moral a personas que no estaban muy convencidas de la dictadura. Para los convencidos, hubiera transformado a un asesino, un criminal, en un mártir. El regreso de la democracia se puede atribuir a la lucha social. Un atentado exitoso nos hubiera privado de ese triunfo simbólico.”La dirección montonera, a través de Roberto Perdía, negó el intento de asesinato de Videla durante la asunción de Fernando Belaúnde Terry en el Perú, en 1980, pero el episodio no queda del todo claro. Según la investigación del periodista Ricardo Uceda (en el libro Muerte en el Pentagonito), los militares argentinos advirtieron cincuenta días antes que el atentado iba a suceder en ese momento. En una reunión con servicios de inteligencia peruanos, un hombre vestido de civil, que se presentó como coronel argentino, explicó que se había confirmado el atentado contra Videla durante los actos del traspaso de mando. “Imagínense que acá lo asesinen a Videla. ¡Qué repercusión internacional habría! ¡Qué situación incómoda para el Perú!”, arengó. En Lima se iba a producir una reunión de la dirección montonera. El dirigente metalúrgico Federico Frías Alberga, secuestrado en Buenos Aires, fue llevado a Lima como señuelo y, luego de torturas e incluso un intento de escape en la capital peruana, fue obligado a simular que seguía el plan montonero: esperó a María Inés Raverta, su contacto, en una plaza. La mujer fue detenida. La reunión montonera, ante la ausencia de la militante, se levantó, pero quedó en el departamento Noemí Gianetti de Molfino, de 55 años, quien fue capturada. También pudieron secuestrar a Julio César Ramírez. Todos fueron torturados en suelo peruano por los agentes argentinos. Cuando el escándalo salió a la luz, Raverta y Ramírez fueron trasladados a Bolivia, donde los asesinaron. Semanas después apareció en Madrid el cadáver de Gianetti de Molfino. La escalofriante operación internacional se planificó con la excusa de parar un atentado contra Videla. Probablemente haya sido la razón esgrimida por los militares argentinos para comprometer en la operación a los peruanos, que pronto iniciarían su propia guerra sucia. “Yo soy revolucionario, el capitalismo no es lo mejor para la humanidad y debería superarse –argumenta el historiador Fabián Harari–. Difícilmente se consiga repartir el poder si no se lo saca a quienes lo detentan. En ese camino, ¿habría que matar a un presidente? Es un problema técnico. Si no hace falta, no se mata. Pero si la gente quiere cambiar la sociedad y el presidente organiza matanzas, represión, etcétera, ¿qué? Nadie quiere sacarle la vida a otro, pero la historia dice otra cosa. Los jacobinos no estaban sedientos de sangre, pero no podían tener preso a Luis XVI, había que matarlo. Se puede matar a un presidente y no cambiar nada, y se puede no matarlo y cambiar todo.”El siglo que nos precede fue abundante en magnicidios, tiranicidios e intentos fallidos de lograrlos (ver recuadro). Sin embargo, no ayudó a resolver la cuestión acerca de su validez política. Es cierto que los hombres pasan y quedan las estructuras sociales y que, probablemente, un individuo no represente fácticamente a un régimen. Sin embargo, el propio Plejánov escribió acerca del papel del individuo, de las características irremplazables de una persona, en los procesos históricos. ¿Si no se hubiera ejecutado a Nicolás II, se habría consolidado el gobierno de los soviets? Y en el país, ¿qué hubiera pasado si Videla moría bajo la acción programada de las guerrillas? Son preguntas que no tienen respuesta. La ucronía es el género que plantea qué habría ocurrido si ciertos hechos históricos no hubieran sido como realmente fueron. Ucronías. Pero, ya se sabe: plantearlas implica incurrir en el delictivo ejercicio de la literatura.Todos los asesinos del presidenteEl XX fue el siglo de las ciencias, de los grandes descubrimientos, de las aventuras en el espacio, pero también el de la violencia. Los asesinatos, intentos, tiranicidios y magnicidios (asesinato de un presidente) se sucedieron a lo largo de la centuria en todo el planeta. El 29 de julio de 1900 marcó el comienzo de una larga lista de magnicidios o intentos de asesinato a presidentes. Ese día el anarquista Gaetano Bresci asesinó al rey de Italia, Humberto I de Saboya, cuyos descendientes se vieron obligados al exilio poco después.También a mediados de año, el 28 de junio pero de 1914, la organización nacionalista serbia Manos Blancas mató al príncipe heredero del imperio Austro-Húngaro, Francisco Fernando, y a su esposa, la archiduquesa Sofía. Hoy se considera que el crimen desató la Primera Guerra Mundial.Apenas finalizada la contienda, el 17 de julio de 1918 y en Yekaterimburgo (Siberia), un comando revolucionario bolchevique fusiló al zar Nicolás II y a toda su familia. Los restos se recuperaron recién a fines de siglo. Así como la Primera Guerra fue consecuencia de un regicidio, la Segunda terminó con otra muerte, la de Benito Mussolini (el Duce) a manos de partisanos italianos. En 1951 asesinaron al rey de Jordania, Abdullah, y lo sucedió su hijo Hussein. Diez años más tarde, en 1961, una emboscada terminó con la vida de Rafael Trujillo, quien gobernó la República Dominicana por 31 años. En mayo de 1981 Mehmet Alí Agca disparó contra el papa Juan Pablo II durante su paseo por la Plaza de San Pedro. En octubre de 1981 militares islámicos integristas asesinaron al presidente egipcio Anwar El Sadat frente a una multitud. También la primera ministra de la India, Indira Gandhi, murió en 1984 a manos de su guardia personal por motivos religiosos. Y en 1995, un ultranacionalista israelí asesinó al primer ministro de Israel, Yitzhak Rabin.Los episodios violentos en Estados Unidos merecen un párrafo aparte. En 1933 un tal Zangara, sicario de la mafia, baleó al presidente Franklin D. Roosevelt pero no logró asesinarlo; poco después se derogó la Ley Seca vigente durante catorce años.En 1950 otro presidente de Estados Unidos, Harry Truman, escapó ileso de un atentado perpetrado por hombres de Puerto Rico. Quizás el asesinato más recordado por las últimas generaciones sea el de John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas. El presidente norteamericano iba en una limusina descubierta y recibió varios disparos que, según la versión oficial, fueron hechos por Lee Oswald. Pero rápidamente las sospechas de una conspiración ganaron la opinión general y permanecen hasta hoy sin confirmar. En marzo de 1981 y en Washington, Ronald Reagan quedó herido de bala a raíz del intento de John Hinckley Jr. de asesinarlo.En el sur del Sur, además de los tres intentos frustrados contra Jorge Rafael Videla, se registraron cinco atentados contra otro militar usurpador del poder, Augusto Pinochet. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) pretendió hacer explotar un auto bomba cuando Pinochet pasaba por una de las calles cercanas a su domicilio, pero el mecanismo de activación no funcionó. El Frente Patriótico Manuel Rodríguez planeó un atentado en la carretera de Las Vertientes a Santiago de Chile, por donde el militar pasaba todos los fines de semana, pero abandonaron la idea al no conseguir los explosivos necesarios. Pero el 7 de septiembre de 1986 concretó su segundo plan: más de veinte militantes aguardaron en la ruta el paso del auto blindado que usaba Pinochet; cuando lo vieron atacaron con fusiles M-16 y cohetes LAW, uno de los cuales dio en el auto pero no explotó.Intentos de asesinato, tiranicidios, magnicidios, hechos de violencia que marcaron a fuego el siglo XX, tan convulsionado en lo político como en lo social.